martes, 8 de junio de 2010

El río Ibor, el curandero y el Mundial 2006

Es mi último fin de semana en la primavera española y mi hermano quiere llevarme a pescar como lo haría un niño o un abuelo - sentado en una silla, sin moverme, las muletas en la hierba, entregado al goce contemplativo de esperar el hundimiento de un corcho mientras desciframos lentamente las claves del atardecer extremeño. Nos levantamos tarde de la siesta, sin embargo, así que dejamos las cañas en casa y nos acercamos a la orilla del agua sin más pretensiones que la de disfrutar un rato en un paraje bello, querido y poco frecuentado. En el viejo puente sobre el río Ibor los barbos siguen ofreciendo su espectacular ciclo primaveral de reproducción anual, y hay pescadores valientes que han descendido por los peñascos hasta la ribera. Llevamos unos minutejos admirando los barbos desde arriba cuando aparece una pareja entrada en la cincuentena; él, calvo, gordo y con los tobillos más delgados que Eto'o. Ella, muy blanca y delgada, teñido el pelo de negro y vestida como una fan adolescente de Grateful Dead. Pasan unos minutos y el señor, con los ojos muy entornados, pregunta:

- "¿Qué es la avería? ¿Menisco?"

- "No, peroné... Ya sabe, el fútbol"

- "Mecachis en la mar, a ver qué avería tienes ahí"

El señor viste un bañador y unas sandalias (los tobillos más finos que Tierry Henry) y se acerca y me toma la muñeca derecha y pone el dedo en un punto de la mano. Cierra los ojos, se concentra.

- "Mecachis, hay que ver qué avería tienes ahí"

Mi hermano asiste a la escena alerta como su perro Scooby. Yo, por el momento, me dejo hacer.

- "¿Qué tal mueves el pie?"

(Aquí se produce el giro fundamental de la escena: decido creerme al señor calvo).

- "Mejor ya". Hago giros demostrativos de tobillo. En un momento dado me doy cuenta de que su mujer está muy pendiente de mi pie y mira al suelo, pero aparenta estar recitando algo en voz queda, a unos metros de distancia. El señor me coge el pie, me dice que no tenga miedo y trata de colocarme un ligamento con sus ojos entornados y su respiración difícil. Tiene el vientre hinchado y duro como una tortuga ("¡toca, toca!"), escucha un chasquido del tobillo y se alegra ("eso ya está mejor...."), me hunde el dedo en el gemelo derecho ("esto está durísimo, hay que ver qué avería tienes aquí") mientras mi hermano Iñigo repite "vámonos" y duda si intervenir o no. Estoy estirando el abductor máximamente en el viejo puente sobre el río Ibor mientras un señor calvo y medio desnudo a quien acabo de conocer me aprieta con fuerza la planta del pie, pero he decidido créermelo y ejecuto sus órdenes con bastante desenvoltura.

- "Yo algo sé de esto, confía en mí...". El señor tiene ojos como dagas moriscas.

- "Eso parece, sin duda...".

- "Ahora anda sin muletas, hombre, no tengas miedo."

A eso ya no me atrevo (una cosa es perderse el Mundial y otra volver a lesionarse), pero siento un cierto alivio físico difícil de justificar científicamente. Mi hermano, nervioso, me apura: nos vamos. Pregunto al señor su nombre y me dice que vive en Navalmoral de a Mata. Es un conocido curandero de la zona. Cuando regresamos al coche, le veo rebuscando entre unos matorrales con su mujer, buscando váyase a saber qué hierbas.

Cogemos el coche y seguimos un par de kilómetros hasta el chiringuito donde años atrás bebíamos cervezas y comíamos chorizo de venado después de las jornadas de pesca en días laborables (el Ibor estaba desierto). Hay bastante gente, por desgracia. Al poco tiempo de sentarme en la mesa, adivino que en la televisión acaba de empezar un programa especial con todos los goles del Mundial 2006, acompañados de buena música y útiles repeticiones. Le pregunto a la novia de mi hermano si me cambia el sitio, para sentarme de espaldas a la tele, y me responde que no, que estamos tranquilos y cada uno puede hacer lo que quiera.

Me recuesto y empiezo a ver goles olvidados como el de Joe Cole a Suecia, uno tras otro. Recuerdo que Japón osó adelantársele a Brasil (luego le cayeron cuatro).

Una hora y media después, visto ya el penalti de Zidane en la final, la pareja del puente entra en el chiringuito con una bolsa de plástico llena de hierbajos. El señor calvo me mira, pero no insiste y pasa de largo.

1 comentario:

  1. Coño, pibe: pues si te crees a un gashego en bañador, con más razón a un brujo zulú, que te pone a saltar en dos sesiones, cago en Dios (y viva Ra).

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