viernes, 22 de octubre de 2010

Cuando la pasión empieza a ser una pérdida de tiempo

La noche primaveral es casi veraniega, y cuando se acaba el champán en la inauguración del festival de cine confinamos nuestra curiosidad al reservado de un animado garito local con aire acondicionado y buenas pizzas. Confieso a mi compañero de mesa que he grabado el Olimpique de Lyon-Benfica y me lo reservo para el final de la noche; pese a que he comenzado a comprender el asombroso impacto de la actitud personal en el desenlace de las cosas (así, sin más: este es un blog de fútbol), no puedo evitar una ráfaga de temor a una nueva decepción (incontables ya: Zaragoza, selección argentina, el propio Benfica). Mi compañero de mesa, que vivió en Madrid varios años, ha visto en directo al Barcelona y me cuenta sobre los goles de Messi. Apuesto por un sándwich de ceviche de salmón con pepino, ciboulette, cilantro y mayonesa de hinojo: el Fernet de postre equilibrará cualquier exceso ácido. Como sé que voy a llegar a casa después de la medianoche, decido prudentemente ver la primera parte y pasar la segunda en fast-forward: no deja de ser un miércoles de primera ronda, y el día siguiente promete mucho y bueno. Mi compañero de mesa me mira con desconfianza: “¿Por qué no pasas la primera rápidamente y ves la segunda?” “Porque en la primera se ve mejor la idea de cada equipo”, respondo. Es posible que esté mintiendo y que el motivo real radique en que mi jugador favorito no va a aguantar lo 90 minutos en el campo; es posible que sea una señal de vejez prematura y evolución hacia la observación desapasionada; es posible que sea una auténtica estupidez. Pero la frase contiene su dosis de habilidad y contenta a mi vecino de cena (aunque él, sin duda, haría lo contrario).


Luego, en casa, me bastan 40 minutos de partido para irme a la cama con otra decepción más. Y, por primera vez, dudo seriamente. Muy seriamente.

jueves, 7 de octubre de 2010

Al río

Para el freelance en la era digital, marcharse de vacaciones resulta casi heroico. No hablamos de las vacaciones "de un mes en Zarauz" que disfrutaban (o no) nuestros antepasados, sino de apenas diez días offline, sin antenas WIFI, haciendo las cosas que uno va a recordar cuando cumpla 90 años. Para poder viajar con un mínimo de tranquilidad mental hay que colocar varios mensajes de "Out of office", avisar a los clientes con antelación, prevenir pequeños desastres, justificarse (nadie se va de vacaciones en octubre), estar varias noches trabajando para rematar los encargos que (fieles al sr. Murphy) siempre llegan en el peor momento e, invariablemente, llegar a la última noche sin haber comprado sedal ni vino ni haber grabado determinados discos ansiados.

Pero me voy. Albricias. Voy a estar con las dos piernas metidas en un río con dorados de 5 y 6 kilos.