La noche primaveral es casi veraniega, y cuando se acaba el champán en la inauguración del festival de cine confinamos nuestra curiosidad al reservado de un animado garito local con aire acondicionado y buenas pizzas. Confieso a mi compañero de mesa que he grabado el Olimpique de Lyon-Benfica y me lo reservo para el final de la noche; pese a que he comenzado a comprender el asombroso impacto de la actitud personal en el desenlace de las cosas (así, sin más: este es un blog de fútbol), no puedo evitar una ráfaga de temor a una nueva decepción (incontables ya: Zaragoza, selección argentina, el propio Benfica). Mi compañero de mesa, que vivió en Madrid varios años, ha visto en directo al Barcelona y me cuenta sobre los goles de Messi. Apuesto por un sándwich de ceviche de salmón con pepino, ciboulette, cilantro y mayonesa de hinojo: el Fernet de postre equilibrará cualquier exceso ácido. Como sé que voy a llegar a casa después de la medianoche, decido prudentemente ver la primera parte y pasar la segunda en fast-forward: no deja de ser un miércoles de primera ronda, y el día siguiente promete mucho y bueno. Mi compañero de mesa me mira con desconfianza: “¿Por qué no pasas la primera rápidamente y ves la segunda?” “Porque en la primera se ve mejor la idea de cada equipo”, respondo. Es posible que esté mintiendo y que el motivo real radique en que mi jugador favorito no va a aguantar lo 90 minutos en el campo; es posible que sea una señal de vejez prematura y evolución hacia la observación desapasionada; es posible que sea una auténtica estupidez. Pero la frase contiene su dosis de habilidad y contenta a mi vecino de cena (aunque él, sin duda, haría lo contrario).
Luego, en casa, me bastan 40 minutos de partido para irme a la cama con otra decepción más. Y, por primera vez, dudo seriamente. Muy seriamente.
Hace 10 horas