viernes, 16 de julio de 2010

Una experiencia transformadora

Hace un par de días, al despertar, caí en la cuenta no sólo de que el Mundial se había acabado, sino de que los días empezaban a ofrecer varias horas más para hacer muchas otras cosas. Recordé con nostalgia (pero sin melancolía) esas mañanas atravesadas por partidos de primera ronda, esas noches marcadas por la consulta de los partidos, las tardes llenas de conversaciones físicas y virtuales (el accidente suizo, el desastre francés, la disciplina paraguaya, el gol anulado a Lampard, etc.). Y asimilé también que España está, futbolísticamente, entre las 'intocables'. La pregunta de la semana en España es si un triunfo semejante cambia a un país: llegan sms de la canícula peninsular, escritos desde la jaqueca resacosa que produce ver de nuevo un debate agrio sobre el estado de la nación. El paréntesis se ha cerrado, parece: volvemos a la crisis, la superficialidad y la falta de unidad.
En el invierno austral, me concentro en las cosas que seguro han cambiado para siempre: esos millones de conversaciones que jamás serán iguales, el respeto adquirido, la fabulosa sensación de dejar de ser la eterna promesa. Quiero creer en el aprendizaje colectivo de que el modelo a seguir es más Vicente del Bosque que Miguel Bosé o Guti (más Xavi que Ronaldo; más Felipe que ZP).
Esa misma mañana, tras desayunar té inglés, pan con aceite de Jaén y tomate mendocino, abandoné las muletas. El peroné me dejó sin Mundial, pero el Mundial nos ha devuelto muchas cosas. Gracias a los protagonistas. Salgo a caminar unas cuadras.

miércoles, 7 de julio de 2010

Los colores a la calle


Envalentonado por la confirmación de un estilo, saco una bandera a mi balcón mendocino (una terracita pequeña y alargada donde da el sol hasta la hora de comer). Faltan 6 horas para la semifinal: en Argentina son las ocho y media de la mañana. He esperado hasta los 36 años para sacar los colores: en España, como se sabe, eso tiene menos que ver con el fútbol que con el pasado: una guerra civil dura 100 años, escribió un historiador castellano.

¿Cuánto tiempo permanecen los complejos? En el triunfo avasallador de Alemania contra Argentina el sábado pasado vi la diferencia entre una sociedad que se ha autocriticado hasta límites desconocidos y una sociedad donde el autoexamen es fundamentalmente individual: vale 100 pesos por hora y ocurre en divanes de clase media. La culpa, claro está, no es de Maradona. Maradona es un síntoma extremo, contradictorio, glorioso. Las cosas, como me dijo M., no nos las hacen los demás: nos las hacemos nosotros mismos.

En esta mañana necesariamente improductiva saco los colores a la calle y los miro desde mi silla. De reojo, vigilo el refrigerador de vinos y calculo qué quiero comprar para el partido: ejerzo de anfitrión. No quiero pensar en la final. Me concentro en Xavi, Iniesta y Xabi Alonso. España ha ido de menos a más. Hora y media para la gloria. Dos años de espera. Miles de horas de televisión y charla. Las muletas. El invierno. El móvil español, en la mesa, dispuesto para el sms transoceánico. Francamente, hoy no es un día cualquiera.

jueves, 1 de julio de 2010

Doce horas más

Segunda jornada consecutiva sin fútbol. El día se hace largo. Sólo quedan ocho partidos (de 64). Me sé de memoria cuáles son y cuándo se juegan: recuerdo con nostalgia esas noches, hace tan poco, cuando comprobaba ritualmente los horarios de los partidos del día siguiente. Queda lo mejor, sí, pero son apenas 720 minutos (sin prórrogas). Doce horas de fútbol y cuatro años de espera.


Queríamos escribir de Robben, Messi, Özil y Villa, los jugadores más desequilibrantes de estos cuartos de final, pero habría quizá que incluir a los delanteros uruguayos, y la verdad es que la ausencia de fútbol ralentiza nuestro tono vital. Parece un momento perfecto para recordar algunas de las teorías más pintorescas que hemos escuchado estos días (en taxis, asados, restaurantes, ordenadores, teléfonos móviles, etc...).

- Conspiración arbitral: "Argentina no llegará a semifinales porque al Gordo no lo quieren en la FIFA". "Pero Grondona es vicepresidente", respondemos. "Huevón, el vago no habla inglés, no le hacen ni caso... Fijate lo calladito que está". El gol en fuera de juego de Tévez tampoco sirve para desmontar la paranoia.

- Los enfados de Brasil: "Esos negros se enojan y estás muerto, chabón. Empiezan los partidos tranquilos, calentándose, pero cuando alguien les da una parada se enojan, huevón, y te hacen tres goles. Son unos culeados esos negros...".

- Este Mundial es latinoamericano: cunde la precipitación en los periódicos del continente. Las primeras se llenan de "primacías" y "sabores" y "acentos". Nos gustaría que fuera así. ¿Pero de qué sirve presentar cuatro equipos en octavos si después no hay un solo semifinalista? Prudencia...

- "Schweinsteiger está nervioso": esta vez Maradona no ha estado tan fino. Para poner nervioso a un alemán hay que esforzarse bastante. Y probablemente dejar a su compañero del Bayern de Munich De Michelis en el banquillo, poner a Verón en el campo y guardar silencio absoluto de aquí el sábado. En la cancha se ven los pingos, como dice uno de nuestros lectores más señalados. Por la boca muere el pez, nos permitimos añadir.

- Uno de los problemas de España es que cree que existe alguna relación entre el éxito de sus dos grandes equipos [...] y el de su selección: queda como precipitación del periodismo especializado esta nota de mi buen amigo argentino Lucas Llach, economista y brillante bloguero. Xavi se defiende solo. Pero llamar a Iniesta "un Marcelo Gallardo sin pegada" es una cumbre de la comicidad involuntaria. Ambos, eso sí, queremos que pierda Alemania el sábado.

- "España ya está en semifinales": mentira. Ya sabemos que un rebote y un penalti injusto y una roja rigurosa te mandan a casa. En 1998 una selección paraguaya peor que esta le impidió pasar de la primera ronda. Lo dice mi amigo Daniel: "preparation, preparation, preparation...".