martes, 25 de enero de 2011

Cuestión de pelotas

Almuerzo como un puto, según mi amigo Fercho (berenjenas asadas, milanesa de soja), y enfilo la tarde remolcado en una pequeña cabezada de 20 minutos, una tarde que culminará en una de esas actividades inconfesables que encuentran acomodo perfecto en un diario. Veo a mi alrededor embarazadas y bailarinas progres que pueden tocarse la nariz con el pie sin sufrir. "Siento como mis seis extremidades se estiran, como si quisiera tocar la pared de enfrente con los dedos y la de detrás con los pies...", dice la profesora con su voz tranquila. "Trato de respirar hacia las costillas, noto cómo se expanden, mantengo ese ritmo respiratorio -1, 2, 3, 4; 1, 2, 3, 4 - sin que el estiramiento me bloquee...".  Caigo en la cuenta, anodadado, del papel crucial de la pelvis en la comodidad diaria. "Tengan conciencia de su hueso sacro...". [¿Cómo...?]. El isquiotibial izquierdo está a punto de resquebrajárseme, pero trato de aguantar el mismo tiempo que mi amigo T. y la comunidad femenina que nos rodea. (Resultamos exóticos. Damos color a la clase). Pasada la primera media hora, arqueamos la espalda sobre la pelota y buscamos una postura de equilibrio sobre ella. Es el punto de partida hacia uno de los mayores momentos de placer que recuerdo en la vida: doblado sobre la esfera, las costillas expandidas, la musculatura distendida, los omoplatos en su sitio, los movimientos pélvicos preparatorios, los brazos hacia atrás, los dedos de los pies en contacto con el suelo, el cráneo colgando sobre el plástico, la columna vertebral perfectamente alineada sobre la curva, la visión invertida de un mundo desconocido. Dan ganas de quedarse a vivir sobre la pelota. La sala, de buen tamaño, se llena de jadeos y suspiros ahogados por un disco brasileño. "Así que era esto...". (Risas.) El tamaño de la pelota ha cambiado, y yo sé que pertenezco al balón, pero existe un notable potencial de crecimiento en aprender a armonizar el cuerpo de otra manera, por mucho que merezca (indudablemente) el escarnio de Fercho, que alguna vez se ha comido una milanesa de soja con una preciosidad de 24 años, pero jamás ha ido a una clase de esferodinamia. Por si acaso, hago pública mi decisión de volver a las canchas en mayo. Pero mañana repito.