sábado, 26 de febrero de 2011

Mafaldadas (I)

Niña: - Papi, ya no quiero que me llames más "electroduende".

Padre: - ¿Y eso...? Si te llamo así desde que eras un bebé.

Niña: - Ahora quiero que me llames "electrohada"

[...]

[Más risas]

Niña: - No, mejor quiero que me llames "electrahada" [pronunciado "eletrAhada"]

Padre: - Lo que pase, Male, es que se dice "electrohada"...

Niña: - Me da igual, papi... Yo quiero "electrAhada"

sábado, 19 de febrero de 2011

Toques (II)

Si recuerdan, durante una época llegué a inventar un juez de línea imaginario en pleno barrio de Palermo... Ensoñaciones semejantes, vivir durante algunos minutos en un planeta paralelo (individual), eran un premio a la pasión y a la constancia: el fútbol, en sentido amplio, ocupaba en aquel entonces una parte considerable de la semana - y era un factor de orden vital: tema de otro post. La cosa es que el cerebro, como confesábamos la semana pasada, está volviendo a poblarse de imágenes futbolísticas, y el archivo (tan fecundo como en otras áreas de la experiencia humana) gana terreno por ahora a la imaginación: una tragedia en términos cuánticos, quizá, pero muy reconfortante. 
El penúltimo momento de placer balompédico, ya comentado, fue un robo que condujo a un 0-1 en el que sigue siendo el partido concluyente. Poco después, un minuto antes del balón dividido, experimenté el último momento de placer, modestísimo, pero que he revivido decenas de veces en los últimos once meses. Corría desde atrás a cortar un pase raso en el círculo central, entre dos contrarios presuntamente desahogados que no me vieron hasta un segundo antes. Me dolía mucho la cabeza, y debía haberme quedado en el banquillo, pero corrí detrás de ese balón lo suficiente como para llegar primero y cortar con el exterior hacia la derecha, la pelota ligeramente levantada y con efecto (para que no la interceptara ningún pie rival), un solo toque horizontal, entre los dos mediocentros, hacia nuestro lateral desmarcado. La jugada no produjo cosecha tangible, pero recuerdo perfectamente haber sentido una cierta satisfacción (ganábamos 0-1, estaban mis primos, no hacía calor) que hoy resulta tan  extrañamente juvenil como desaconsejable, al enmascarar una jaqueca insólita que venía a ser como el pitido estridente de una alarma de incendios en una máquina sobrecargada. 

Una cuestión de dosis (como casi todo).

jueves, 10 de febrero de 2011

Toques (I)

Algo parece estar cambiando definitivamente, porque me vuelven las imágenes futbolísticas al cerebro mientras camino, conduzco o me ducho. Las hay de dos tipos: ensoñaciones y recuerdos. Entre las primeras aparecen recurrentemente las paredes, combinaciones sencillas y quirúrgicas con amigos argentinos que se desdoblan por la banda o devuelven de primera desde la frontal del área para que uno amague con disparar a puerta pero, en realidad, toque suavemente y les deje solo ante el portero. Una imagen especialmente apropiada para el fútbol 7 de Buenos Aires, donde las dimensiones del campo permiten lo que el Colorado llamaba con precisión "constante despliegue". Que un 10 reconvertido a 5 (casi por motivaciones ideológicas) (tema de otro post) llegue con 37 años cuatro o cinco veces por partido a posiciones de mediapunta en un campo de fútbol 11 (como el de Mendoza) requiere una forma física magnífica. Este es uno de mis objetivos para este año: llegar al área contraria (sin descuidar el centro) con la suficiente lucidez para no estropear varios kilómetros de esfuerzo en un segundo atropellado. (¿A lo Meireles?).