jueves, 21 de abril de 2011

Atardecer en el Cijara

El cielo explota de rosa fucsia y yo espero a que Félix recoja las cañas para no llegar tarde al partido. Estamos a orillas del pantano del Cijara, embobados con el declive de un sábado caluroso, y sabemos que nos marchamos antes de tiempo, justo a la hora en que los peces más se mueven. Sin embargo, estamos a 45 minutos de Helechosa, el pueblo donde dentro de poco más de una hora va a empezar el Real Madrid-Barcelona de Liga, y hemos decidido verlo delante de un plato de caldereta de jabalí y una buena frasca de vino. Nos hemos tomado el fin de semana completo: quién te dice, además, que el domingo no vaya a ser un gran día de pesca. El de hoy no lo ha sido, ciertamente, y me consuelo en la idea de que en la pesca, como en el fútbol, también se acusa la inactividad. Han pasado dos años desde que me acerqué por última vez a este paraíso extremeño: hay que volver a tomarle el pulso al terreno, coger las distancias, saber qué llevar y qué no llevar en el chaleco, etc. Félix, afortunadamente, ha podido devolver varios black-bass a las limpias aguas de un Cijara pletórico, rebosante de agua, imponente, rodeado de un océano de jaras en flor.
Lo bueno de volver antes de tiempo es que recorremos la vetusta carretera entre Villarta y Helechosa (De los Montes se apellidan ambas), en plena reserva nacional de caza, a la hora en que los mamíferos se pasean, bajan a beber agua y cruzan la vía sin demasiado pudor. La pesca no se ha dado bien, pero el atardecer es fabuloso, nos espera un magnífico espectáculo futbolístico, todo apunta a que vamos a  dormir a pierna suelta, con el cansancio de un día de campo en el cuerpo. Por el camino se nos cruzan dos ciervas, un zorro y varios conejos. Con el paso del tiempo se ha olvidado uno de que este ecosistema es en parte artificial (uno de los célebres pantanos del franquismo) y contempla absorto la belleza característica de sus montes mediterráneos.
En el hostal nos habían advertido de que la cocina cerraba a las diez, pero son las nueve y media y la cocinera no ha llegado todavía. Empiezan a arremolinarse paisanos, adolescentes, inmigrantes, que con modales se preocupan de no interrumpir nuestra visión desde la mesa donde esquivamos el hambre a base de cerveza y patatas fritas. Volver al madridismo (¿crítico?) es un estímulo adicional para este tipo de partidos. Hay algo genial en la mirada de Mourinho cuando calla. Resulta menos estimulante tener que soportar a una mujer de edad mediana y pocas luces, sentada con su pareja en la barra, que hace todo tipo de esfuerzos para mostrar su barcelonismo al mundo (al pueblo) y que a continuación se dedica con una regularidad alemana, cada doce minutos aproximadamente, a gritar que Villa "es una mierda".


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