sábado, 19 de febrero de 2011

Toques (II)

Si recuerdan, durante una época llegué a inventar un juez de línea imaginario en pleno barrio de Palermo... Ensoñaciones semejantes, vivir durante algunos minutos en un planeta paralelo (individual), eran un premio a la pasión y a la constancia: el fútbol, en sentido amplio, ocupaba en aquel entonces una parte considerable de la semana - y era un factor de orden vital: tema de otro post. La cosa es que el cerebro, como confesábamos la semana pasada, está volviendo a poblarse de imágenes futbolísticas, y el archivo (tan fecundo como en otras áreas de la experiencia humana) gana terreno por ahora a la imaginación: una tragedia en términos cuánticos, quizá, pero muy reconfortante. 
El penúltimo momento de placer balompédico, ya comentado, fue un robo que condujo a un 0-1 en el que sigue siendo el partido concluyente. Poco después, un minuto antes del balón dividido, experimenté el último momento de placer, modestísimo, pero que he revivido decenas de veces en los últimos once meses. Corría desde atrás a cortar un pase raso en el círculo central, entre dos contrarios presuntamente desahogados que no me vieron hasta un segundo antes. Me dolía mucho la cabeza, y debía haberme quedado en el banquillo, pero corrí detrás de ese balón lo suficiente como para llegar primero y cortar con el exterior hacia la derecha, la pelota ligeramente levantada y con efecto (para que no la interceptara ningún pie rival), un solo toque horizontal, entre los dos mediocentros, hacia nuestro lateral desmarcado. La jugada no produjo cosecha tangible, pero recuerdo perfectamente haber sentido una cierta satisfacción (ganábamos 0-1, estaban mis primos, no hacía calor) que hoy resulta tan  extrañamente juvenil como desaconsejable, al enmascarar una jaqueca insólita que venía a ser como el pitido estridente de una alarma de incendios en una máquina sobrecargada. 

Una cuestión de dosis (como casi todo).

1 comentario:

  1. El error es dosificarse. Lo que no merece la pena hacerse en exceso no merece la pena en absoluto.

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