domingo, 24 de julio de 2011

Un balón con 95 años de historia

Pedro Cifuentes, Mendoza

El 16 de julio de 1916, mientras Europa libraba junto al río Somme una de las batallas más duras de la Primera Guerra Mundial, Argentina y Uruguay jugaron la final de la primera Copa América de fútbol en el estadio del club Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires. El partido fue suspendido en el minuto cinco por invasión masiva del campo de juego y debió continuarse al día siguiente en la cancha de Racing Club. Terminó 0-0 y ese punto le bastó a los futbolistas uruguayos para ganar el entonces denominado Campeonato Sudamericano de Selecciones, que celebraron al día siguiente en el barco que los condujo a la otra orilla del Río de la Plata, la frontera más fecunda del fútbol mundial, allí donde, como dice el tango, "domingo sin fútbol, domingo sin sol, domingo de calma y el alma sin gol". El país pequeño vencía al grande; la selección charrúa iniciaba su época dorada.

95 años después, el pasado sábado 16 de julio, Uruguay venció por penaltis a Argentina en la ciudad de Santa Fe y eliminó de nuevo al anfitrión de la Copa América. Se trata de una fecha extraordinariamente querida por los uruguayos, que vencieron a Brasil en el Maracaná y ganaron su segundo Mundial, todo a la vez, en el partido más célebre de la historia del balón, precisamente un 16 de julio (de 1950), en plena reconstrucción europea tras la Segunda Guerra Mundial, cuando Alfredo Di Stéfano jugaba en el Millonarios de Colombia, el club que abrazó en 1949 por la huelga de futbolistas que le tenía sin jugar en su querido River Plate. Argentina y Uruguay lideran hoy el palmarés del torneo de selecciones más antiguo del planeta, con 14 triunfos cada una. Si gana la final de esta noche contra Paraguay (en el estadio del River Plate), Uruguay podría desbancar a la albiceleste y presumir en las estadísticas (ambas naciones han ganado dos Mundiales y dos Juegos Olímpicos) de ser la mejor selección del Río de la Plata, con apenas tres millones y medio de habitantes.

La Copa América es considerada tradicionalmente el tercer trofeo de selecciones en importancia, detrás del Mundial y de la Eurocopa. Nadie, ciertamente, habrá visto jamás a un brasileño lamentarse de que solo la han ganado ocho veces. "El prestigio se gana en los Mundiales", recalcaba hace un par de semanas el seleccionador uruguayo Óscar Washington Tabárez. Suele decirse que la legendaria garra charrúa, el espíritu de lucha e integridad que evoca a la tribu indígena (masacrada posteriormente) que ocupó esas tierras antes que los españoles y los portugueses, nació probablemente en 1930, el día que ganaron -también frente a Argentina- la final del primer Campeonato Mundial de la historia. Cuentan las crónicas que existía tanta tensión en el ambiente que el árbitro belga John Langenus aceptó dirigir la final con la condición de disponer de un barco en el puerto de Montevideo una hora antes del final del encuentro, en caso de incidentes.

Es imposible, sin embargo, retratar el corazón del fútbol uruguayo, su legendaria capacidad competitiva, sin contar los 190 partidos jugados en la Copa América (más que en ningún otro campeonato): la nobleza con que sus jugadores llevaron en hombros al portero argentino Tesorieri a saludar al presidente Serrato tras el 0-0 de la final de 1924, los cinco goles del Mago Scarone a Bolivia en la edición de 1926, el tanto decisivo de Zapirain frente a Argentina en el duelo final y nocturno de 1942, la extraordinaria edición de 1987 -ganaron en Buenos Aires a la Argentina campeona de Maradona en semifinales y a Chile por 1-0 en la final con expulsiones de Francescoli y Perdomo- y la inolvidable final de 1995 contra Brasil, en el estadio Centenario de Montevideo, cuando sus jugadores de campo marcaron los cinco penaltis de la tanda y el portero Fernando Álvez detuvo uno a Túlio Costa, que no regresaría nunca a la selección carioca.

Frente a semejante arsenal de recuerdos, la brava selección guaraní de Gerardo Martino opone esta noche su fútbol parco y dos trofeos continentales, 1953 y 1979. El Tata ha dejado claro que "lo único que importa es ser campeones. Ganar la Copa América es muy importante". Los amantes de la cábala pueden agarrarse a dos coincidencias: que en la edición de 1953 Paraguay también se enfrentó dos veces a Brasil (los ganó), y que en 1979, el partido final (contra Chile) se jugó también en Buenos Aires. El partido se disputa en un momento extraordinariamente preocupante del fútbol argentino, cuyo presidente y seleccionador son blanco de la ira popular y cuya estrella, Leo Messi, el mejor futbolista del planeta, se siente como un extraño en su propia tierra. Resulta inevitable reparar en el carácter simbólico de la propia cancha de juego, el Monumental, uno de los templos mundiales de este deporte, que a partir del mes que viene será testigo de los partidos que River Plate jugará en Segunda División. Uruguay acumula 64 años sin perder con Paraguay en la Copa América, pero la albirroja ha llegado a esta final sin ganar un solo partido y ya se sabe que el fútbol es fútbol precisamente porque las opiniones y las vidas de millones de personas cambian en un solo segundo. Hasta Tabárez reconocía estos días su ilusión ante un partido que "determinará qué lugar ocupa cada equipo en la historia de este torneo". Un ejemplo de su habitual prudencia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario